bienvenida

Una vez llegados al paritorio, pude contar unas 5 personas entre la ginecóloga, la doctora, la matrona y enfermeras. Eso a mi me tranquiliza, me gusta sentir que en un momento así de importante hay mucha gente pendiente de “lo que pueda pasar”. Yo estaba bastante tranquila, colocada ya en “posición de dar a luz”, con mi chico a mi izquierda y la ginecóloga entre mis piernas.

Todo lo que viene a continuación, es la historia de lo que yo recuerdo. Entre la adrenalina, la anestesia y demás, tengo algunas lagunas de lo que sucedió en esa hora corta. En otro post me gustaría que Sergio, mi chico, os contase su versión. Lo vivió de una manera muy diferente a mi, un torbellino de emociones.

Volvamos entonces a la historia de mi parto. Estaba yo espatarrada ya en “posición expulsión” y vino una contracción que se reflejaba tanto en mi cuerpo como en el monitor, así que…¡a empujar!. Me agarré fuerte a las asas del potro y empujé con todas mis fuerzas. Sentía una presión muy fuerte en mi pelvis, podía notar como algo hacía que esa presión aumentase a cada segundo. Ese algo era, con toda certeza, la pequeña Olivia. Otra contracción, y con ella otro pujo más. En las siguientes contracciones, además de pujar, una de las mujeres allí presentes se puso a hacer fuerza sobre mi tripa. Necesitaba un poco de ayuda.

“Mira papá, ya se ve el pelo.” escuché decir. Colocaron un espejo enorme frente a mi que me permitió ver la cabecita peluda de Olivia saliendo entre mis piernas. ¡Que fuerte! Me parecía imposible que aquello pudiese estar pasando. Le pregunté a la ginecóloga si me iba a tener que cortar. Ella me dijo que haría todo lo posible para no tener que hacerlo. Momento de tranquilidad. Ahora podía ver como ella iba masajeando todo el rato mi perineo y dándolo de si para evitar la episiotomía. Mientras, yo iba pujando cuando correspondía, escuchaba a Sergio animándome, empezaba a tener la sensación de que me iba a romper por la mitad, estaba agotada.

¡Empuja!. ¡No puedo! Dije. Pero si pude, volví a pujar y pujar. Mi sensación era que Olivia no avanzaba, que no iba a conseguir sacarla de mi cuerpo, pero si pude. Puje con todas mis fuerzas unas cuantas veces más con aquella mujer, que en ocasiones me dejaba sin respiración, encima de mi tripa. Y de repente deje de sentir esa presión en mi interior, de repente estaba más relajada, de repente la cabecita de Olivia estaba fuera. ¡Hay que cortar el cordón! Escuché. Venía con una vuelta muy ajustada, así que con el resto de su cuerpo todavía en mi interior, la ginecóloga, en una maniobra magistral y una velocidad de reacción que le agradeceré toda mi vida, cortó el cordón y procedió a seguir sacando a nuestro bebé. A las 17:00h. en punto Olivia llegaba al mundo.

No recuerdo escuchar ningún lloro, a penas algún sonidito. Siempre pensé que una vez nacida podría hacer un tranquilo y relajante piel con piel, que nuestro primer contacto sería reposado, conociéndonos pausadamente la una a la otra, pero no pudo ser así. Debido a la vuelta de cordón, Olivia estaba agotada, había sido un parto muy estresante para ella. Me la pusieron en el pecho a penas unos segundo. Sergio y yo la tocábamos, la mirábamos y llorábamos. Era tan bonita, tan perfecta. Por fin lo habíamos conseguido. Duró poco, en seguida se la llevaron, iba a necesitar algún cuidado especial, veíamos como la meneaban, aspiraban su nariz y boca, como la intentaban espabilar, estaba muy blanquita. Consiguieron que soltase algún sollozo. Nuestras lagrimas de felicidad tornaron a preocupación. La ginecóloga trataba de tranquilizarnos. Nos decía que Olivia estaba bien, sólo algo agotada, pero cuando ves a tres personas pendiente de un bebé, en una situación de tensión, no puedes evitar preocuparte. Nos informaron que estaría en incubadora entre 1 y 2 horas para ayudarla a regular la temperatura y controlar un poco su evolución.

Mientras, yo seguía en el potro con Sergio a mi lado esperando a que mi placenta decidiese salir, pero no parecía que estuviese muy por la labor. A estas alturas yo estaba un poco en modo “zombie”, agotada y poco espabilada. Iba a tener que ser un alumbramiento manual, había pasado ya un rato y la placenta seguía dentro, así que llamaron al anestesista. Era un hombre un poco brusco que me puso una vía nueva como si de un picador de toros se tratase. Me pusieron la anestesia correspondiente a una cesárea y un chute de antibiótico para caballos. La ginecóloga metió su mano en mi interior hasta más allá de la muñeca y procedió a sacar la placenta. No me enteré de nada. A esas alturas yo tenía una potente nebulosa mental, sólo recuerdo que tenía muchísimo frío y muchísimo sueño, se me cerraban los ojos. Vi la placenta encima de la mesita de instrumental de la ginecóloga y no recuerdo mucho más. Me pusieron en una cama y me llevaron a la habitación. Mucho frío y mucho sueño, eso es lo que recuerdo a partir de ahí. Se que llegué a la habitación y había gente, recuerdo a mi madre y a mi suegra, recuerdo a mi hermano yendo a por un manta, recuerdo quedarme dormida. ¿Cómo una mujer que acaba de dar a luz y que sabe que su hija esta en una incubadora por haber nacido con una vuelta de cordón puede quedarse dormida? Yo también me lo pregunto, imagino que la anestesia jugaría un papel importante.

Más tarde me enteré que Sergio estaba con Olivia en neonatos mientras la realizaban algunas pruebas, todas con buen resultado. La última la del PH, si salía bien, la sacarían de la incubadora y la traerían a la habitación. Sino, tendrían que dejarla en la incubadora y darle un biberón, hacía ya casi 2 horas que había nacido y tenía que comer algo. Afortunadamente la prueba salió bien. Cuando llegó yo ya había despertado y por fin pude conocerla tranquilamente. ¡Qué bonita era! ¡Qué bien lo habíamos hecho! ¡Bienvenida Olivia!

¿Quieres leer MI PARTO I: CAMINO DEL HOSPITAL?

¿Quieres leer MI PARTO II: CONTRACCIÓN TRAS CONTRACCIÓN?

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