Tengo la costumbre de escribir este blog en “tiempo real”. Cuento mis experiencias según van ocurriendo, transmito mis pensamientos según van viniendo y mis sentimientos mientras están presentes. Lo hago así para que el tiempo no borre los detalles y poder escribir todo de la manera más real y verídica posible.

En contra de lo que suelo hacer hoy voy a echar la vista atrás, muy atrás. Hace casi tres años que tuvimos nuestro primer contacto con la reproducción asistida, y más de dos que decidimos probar con la FIV (fecundación in vitro) como última alternativa para conseguir nuestro objetivo, ser papás.

Por aquel entonces este blog no existía, y no pude compartir como fue aquel proceso, hoy vengo a contaros como vivimos aquella experiencia y como ocurrió todo. El tiempo a veces es traicionero, pero también es cierto que todo lo cura (o casi todo), así que seguramente este post este cargado de muchísima más esperanza y positividad que si lo hubiese escrito en aquel momento. Ahora que conozco el final feliz de aquella historia, todo es más fácil.

Después de nuestras 3 inseminaciones con un embarazo bioquímico de por medio (ese proceso os lo contaré otro día, hoy me apetece hablar de cosas bonitas), nuestra paciencia no daba para mucho, queríamos algo más inmediato, algo que aunque sin garantías, nos ofreciese un mayor porcentaje de éxito. Decidimos dejar las inseminaciones y pasar a la siguiente fase, el siguiente escalón, decidimos hacer FIV.

¿Cómo fue nuestra FIV?

El proceso de una FIV a nivel físico y mental es complejo, pero si nos ponemos “prácticos”, en realidad es bastante sencillo: Estimulación ovárica, punción para extraer los ovocitos, fecundación y trasferencia de embriones.

Esas cuatro fases, que en la teoría están bastante automatizadas, se vuelven una locura cuando eres tu quien lo está viviendo. Desde la primera de las fases hasta la última, pueden pasar poco más de dos semanas, pero el tiempo se para cuando toca esperar a ver qué ocurre. Y es que en una FIV se espera mucho, se espera continuamente. Hay que esperar a que los folículos se vayan formando y creciendo, esperar a que se fecunden, a que evolucionen, a que sea el momento perfecto para la transferencia, esperar a ver si ha funcionado  o no… esperar, esperar y esperar. ¿Cómo no nos vamos a desquiciar un poquito?

Durante la primera fase, la de estimulación, toca pincharse. Todos los días a la misma hora para conseguir el mayor número de folículos de buen tamaño. El tamaño óptimo ronda los 17 o 18 mm. No hay un número exacto de folículos objetivo pero siempre es mejor, según mi experiencia, que sobre que no que falte (y que sean de calidad, claro). Cuantos más tengamos, más opciones de fecundación y de conseguir embriones de calidad. En mi caso según ecografía había unos 10 o 12 folículos de buen tamaño, así que hasta ese momento yo estaba bastante contenta.

Cuando llegó el día de la punción para realizar la FIV yo estaba bastante tranquila, me iban a sedar, sacar todos esos folículos y listo. Me llevaron a un pequeño quirófano mientras mi chico se quedaba fuera atacado de los nervios. Mi ginecóloga me dijo que me iban a sedar, que no intentase mantenerme despierta, que me relajase y pensase en cosas bonitas, que pensase en Bradley Cooper (cosas de mi doctora). Y yo que soy una mandada eso hice.

Cuando me desperté me encontraba muy a gusto, no me dolía nada, y había echado un sueñecito muy relajante. Lo menos bueno vino después. Después de espabilarme y vestirme, fuimos a ver cuando folículos habíamos conseguido finalmente. Resultó que esos 10 o 12 se habían quedado en 7. No me pareció mala cifra del todo, pero en comparación con la inicial me dio un poco de bajón.

Aún así intenté ser positiva. Sabía que no todos saldrían adelante, pero pensé que de esos 7, conseguiríamos 4 ó 5 medianamente decentes. Me equivoqué.

Una vez que se produce la punción y se fecundan los ovocitos, el proceso se parece mucho a una carrera de caracoles. Algunos llegarán a la meta, otros se perderán por el camino, pero todo ocurrirá muy lentamente (al menos en mi cabeza, así fue).

Durante esta fase, desde que se produce la fecundación hasta que se consiguen los embriones que se transferirán, pueden pasar 3, 4, 5 o 6 días, dependiendo de la fase de evolución a la que se quiera hacer llegar a ese embrión. Durante esos días, te van llamando desde el laboratorio para informar sobre el proceso. Si todos siguen evolucionando, si alguno se ha parado, la calidad de cada uno de esos embriones (os hable sobre esto en este otro post).

Nosotros recibíamos malas noticias a diario. De los 7, solo 5 fecundaron, de esos 5 hubo 2 que se pararon en el segundo día, y otro que aunque parecía evolucionar, era poco viable para transferir. Total, que de 10 o 12 foliculos conseguimos dos embriones viables, uno de calidad A y otro de calidad B. Imaginaos el bajonazo.

Tantos pinchazos, tantos nervios, tanto dinero (creo que también hay que recordar que estos tratamientos cuestan un dineral), para conseguir dos míseros embriones. Y si, como decía mi ginecóloga, para quedarte embarazada solo necesitas uno. Muy cierto, pero Le agradezco sus ánimos, pero le hubiese arrancado la cabeza en ese mismo momento.

Total, que teníamos que decidir qué hacer con esos dos embriones de nuestra FIV. Poner uno o dos, hacer la transferencia en ese mismo ciclo o congelarlos (con sus correspondientes riesgos) y esperar al siguiente ciclo.

Siempre tuvimos en mente transferirlos de uno en uno, así que de esos 2 que habíamos  conseguido transferimos uno del tirón (el de calidad A), aprovechando ese mismo ciclo. El que quedaba sería congelado a la espera de lo que pudiese pasar. Aquel primer embrión no prosperó, quiso quedarse con nosotros, lo intentó, pero no lo consiguió. Un aborto bioquímico se cruzó en nuestro camino.

Con un solo embrión congelado y los ánimos por los suelos, después de aquel aborto, fuimos a por nuestro embrión congelado, esa última esperanza en la que yo no tenía ninguna confianza. Ese mes me preparé, comí más sano, salí a andar cada día para mejorar mi circulación… Podía no salir bien pero que no fuese por no haberlo intentado. Al mismo tiempo seguía con la medicación (meriestra y demás) para preparar mi cuerpo. El día de la transferencia se acercaba y había llegado el momento de descongelar nuestro único embrión. Aunque la mayoría de veces el proceso suele completarse con éxito, a veces no es así. Dado que las estadísticas no habían estado muy a nuestro favor, la negatividad rondaba mi cabeza permanentemente.

Pero si, hubo suerte y aquel embrión sobrevivió a la descongelación y fue transferido. Quedaba por delante una larga espera de dos semanas (betaespera) hasta poder hacer un test de embarazo y conocer el final de la historia. Una espera que otras veces se me había hecho eterna y a la que me había adelantado con tests de embarazo a los 10 días escasos de cada inseminación o transferencia.

Aquella vez era diferente, estaba tan apática y segura de que sería un “no”, que en lugar de hacerme test de embarazo buscaba en google la manera de seguir intentándolo por otras vías. Estaba tranquila, seguía con mis paseos, con cero síntomas que intentaba buscar con poco esperanza y algo de pena, pero no hacían acto de presencia.

La fecha para hacernos el test de embarazó llegó. Había que hacerlo. Cuando vi la segunda raya flipé, flipamos. Ahí estaba, algo pasaba. Como ya os he contado en otras ocasiones, estábamos contentos pero muy acojonados, con ganas de celebrar pero sin poder hacerlo. Ya habíamos visto esas dos rayitas antes y no había ido bien.

Pero aquella vez sí, si salió bien. Aquel embrión que durante un tiempo durmió congelado, creció poco a poco al calorcito de mi cuerpo. Y creció, y creció hasta llegar a nuestro mundo un 16 de Diciembre de 2016. Lo habíamos conseguido.

Hoy ese, nuestro último embrión duerme en su cuna.

Es la magia de la vida. No perdáis la esperanza, estas historia pueden tener final feliz. Puede ser largo, puede ser duro, pero lo importante es que acabe siendo.

promo-image