Cuando me quedé embarazada de Telma no sabía muy bien como imaginarme mi parto. Supongo que condicionada por mi experiencia anterior, me lo imaginaba similar al de Olivia aunque sabía que todo podía acabar siendo muy diferente, y así fue, nada que ver. (Os dejo el link con el primer post del parto de Olivia por si queréis echarle un vistazo)
En la ecografía morfológica del tercer trimestre, allá por la semana 32 el aviso fue muy claro. El bebé que venía en camino era grandote y de llegar a la semana 40, podría superar los 4 kilos. Ese fue el punto de inicio para tomar algunas decisiones con respecto a mi parto.
En las semanas posteriores mi ginecóloga fue controlando el peso del bebé hasta que llegó el planteamiento de una posible inducción para reducir los riesgos derivados de dar a luz un bebé, que seguía superando con creces el tamaño que teóricamente le correspondía por semanas de embarazo.
En la semana 36 y según las mediciones ecográficas, Telma había alcanzado los 3,200 Kg y la posibilidad de una inducción se hacía cada vez más fuerte. En la semana 37 llegó el primer tacto, y con una dilatación de 3 centímetros la posibilidad de que el parto estuviese próximo se hacía más que probable. Mi ginecóloga me aviso de que con esa dilatación, si hubiese ido por urgencias me hubiesen dejado ingresada y hubiesen actuado como si mi trabajo de parto hubiese comenzado. No obstante, preferimos darle tiempo y nos fuimos a casa a la espera de un inminente parto.
Pero los días pasaban, Telma seguía creciendo y el parto no llegaba. Así que en la semana 38 y tras nuestra consulta con la ginecóloga decidimos programar una inducción para el miércoles 10 de Abril. En caso de no ponerme antes de parto daría a luz en mi semana 39+1 mediante un parto inducido.
El día anterior a nuestra fecha de inducción tuvimos consulta de nuevo, el ecógrafo indicaba que Telma pesaba 3,780 Kg. Nuestra doctora nos comentó a cerca de una posible sobreestimación del aparato, así que pensamos que el bebé podría rondar los 3,500 kg y me pareció un peso muy normalito como para tener que realizar una inducción, aún así por otros motivos como el tema de la heparina y la posibilidad o no de poder administrar la epidural, además de todo lo logísticamente organizado, decimos seguir con lo planeado, ¡Y menos mal!.
He de confesaros que el tema de la inducción no me hacía demasiada gracia. Mi idea de un parto “dramático” con rotura de aguas en medio del supermercado o algo similar desaparecía por completo, y me imaginaba un parto automatizado que me hacía sentir un poco “anulada”. Quería sentir las primeras contracciones como había pasado en el de Olivia, quería que mi segundo, y último parto, fuese especial y aquella inducción creía que me alejaba de “mi parto ideal”. Me visualizaba tumbada en una cama enchufada a un gotero y con cara de “apio” esperando a que pasase el tiempo.
Como de costumbre me equivoque por completo y viví un parto mucho más “brutal” de lo que jamás hubiese podido imaginar. BRUTAL.