¡Qué bebé tan bonito! ¿Cómo se llama? ¡Anda! ¿Y por qué le habéis llamado así?

No sé si os sonará o no esta batería de preguntas, pero a mi me ha tocado escucharla en varias ocasiones. No sé si necesariamente tiene que haber una razón para la elección del nombre de nuestro bebé, parece ser que si, que un “porque nos gustaba” no es suficiente.

La elección del nombre de nuestro bebé es una de esas decisiones que puede parecer fácil pero no lo es. Esto depende de casos, por supuesto. Hay mamás que hace años ya decidieron como se llamarían sus hijos, pero lo más común es, que llegado el momento, se entre en una tira y afloja de síes y noes, dentro de un brainstorming de nombres infinito.

Hay quien lo tiene fácil, o mejor dicho, aparentemente fácil. Siguen la tradición familiar. El nombre pasa de generación en generación. ¿Qué el abuelo se llamaba Fernando? Pues Fernando el hijo y Fernando el nieto. En estos casos normalmente no hay opción y a la otra parte de la pareja le toca resignarse y aceptar. A mi es un tema que me resulta raro. No el hecho de que el nombre se herede de padres a hijos, sino el tema de que la pareja tenga que tragar con la tradición de su conyugue.

Puede que penséis que esas cosas ya no pasan, que eso eran cosas de nuestros abuelos, pero si pasa, ¡claro que pasa! Y sino, que se lo digan a mi querida ginecóloga, que se quedó embarazada un mes después que yo y quién poco antes de dar a luz, todavía estaba intentando asumir que su hijo no se iba a llamar como ella quería, sino como tocaba según tradición. Un nombre que nunca llego a decirme, pero que claramente no era de su agrado.

Porque fácil es cuando el correspondiente antecesor se llamaba, Miguel, Daniel, Pablo o Rodrigo, que te puede gustar más o menos el nombrecito, pero puedes aceptarlo de buen grado. Pero, ¿Y si tu abuelo se llamaba Clemencio, Gervasio o, como en mi caso Eutimio?, en este caso no es tan fácil. La probabilidad de visualizar satisfactoriamente a tu bebé con un nombre de este tipo, se reduce considerablemente. Qué para gustos los colores, o en este caso los nombres, y cada cual llama a su hijo como quiere, pero siempre parece que una Marta, gusta más que una Eustaquia.

Por otro lado están quienes no siguen tradición ninguna y llaman a su hijo como les parece. Desde nombre tradicionales a los más modernos. Y es aquí donde creo que también debemos ser consecuentes, que podemos ser muy fans de Shakira o Rihana, pero no sé si es la mejor opción como nombre de nuestra hija, porque con 1 añito es gracioso pero con 30 puede ser una “jodienda”. Mi chico es muy fan de Lobezno, Superman o Batman, pero acompañados de un Sanz González no lo veo en ninguno de los casos.

Partiendo de esta base, la elección del nombre puede ser una auténtica gymkana de obstáculos. Empiezas a pensar y cuándo te quieres dar cuenta el 90% de los nombres existentes los has descartado por uno u otro motivo. Porque era el nombre de algún exnovio o exnovia, porque así se llamaba una compañera de tu clase que te caía fatal (sustitúyanse las palabras compañera de clase por examiga, vecina, prima o cualquier parentesco que se os ocurra) porque conociste a uno que se llamaba así y no es que te cayese mal pero era un poco alpabardo. En resumen, descartas todos aquellos nombres que te recuerden a alguien de manera negativa.

Como he leído en alguna ocasión: “No eres consciente de la cantidad de gente que te cae mal, hasta que llega el momento de ponerle nombre a tu hijo”. Y es una afirmación tan real como la vida misma.

Una vez descartados toda esa multitud de nombres entra en juego tu estilo, si te gustan los nombres más clásicos, o más modernos, si quieres que el nombre sea único o si quieres un nombre que este de moda. Porque si, los nombre se ponen de moda, va por épocas. Cuando yo nací, Beatrices había unas cuantas, aunque también era la época de las Martas. Más adelante llegaron las Paulas y las Lucías y hace unos años, Daniella (o Daniela) era el nombre estrella. Ahora se escucha mucho el nombre Mia, Martina o Valentina. Los nombres de niños van más por libre, creo que no es tan radical como con las niñas, pero sin duda, ahora estamos en la época de los Leo, Thiago o Martín.

Hay quién, además de todo esto, busca un nombre con un significado profundo, y hay a quién eso le es indiferente. Hay tantas variables, que llegar a un nombre que las cumpla todas es casi imposible.

En nuestro caso, la elección fue relativamente rápida. Supimos que quien venía en camino era una niña en la ecografía de las 12 semanas. Aunque el Doctor no quiso mojarse al 100%, prácticamente la totalidad de las probabilidades indicaban que sería una niña. Así que a partir de ahí, a pensar.

Para mi, elegir un nombre de niña es infinitamente más sencillo que uno de niño. Me da la sensación de que hay muchísimas más opciones bonitas. Seguramente sea cosa mía.

Primero pensamos en las características que debía cumplir. Debía ser un nombre que nos sonase bonito, que no fuese demasiado común, pero tampoco excesivamente raro. Un nombre que no nos recordase a nadie de manera negativa y al ser posible, que no hubiese nadie en nuestras familias que se llamase así.

La conversación decisiva la tuvimos en el coche, en uno de esos viajes a Burgos que hacemos de vez en cuando. Cumpliendo con las características que os he contado antes, barajamos varios nombres: Carlota, Eloisa, Elvira o Jimena entre otros. Al final, como sabéis, nos decidimos por Olivia. La propuesta la hice yo y a Sergio le pareció perfecto. No conocíamos a nadie que se llamase así más allá de Palermo, Wilde, Newton-John o de Borbón. Nos sonó, bonito, elegante, un nombre adecuado para una niña, pero también para un adulto (era otra característica que queríamos que cumpliese), ni demasiado corto, ni demasiado largo y además, igual en todos los idiomas. Para nosotros era y es perfecto.

Desde ese día, nuestro bebé, se convirtió en Olivia, y a día de hoy creo que la elección fue perfecta, no se podría llamar de otra manera.

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