lactancia

Así lo decidí desde un principio. Consideré que para mí y mi bebé era la mejor opción, la más natural y saludable. Si mi cuerpo me lo permitía y las circunstancias eran propicias quería dar el pecho. Lactancia materna exclusiva durante los primeros 6 meses.

La verdad es que no me informé demasiado, algo leí, algo escuché, pensé que sería relativamente fácil. Instinto animal.

En la información que pude leer y en lo que me contaron en las clases de preparación al parto, siempre había un par de afirmaciones categóricas con denominador común: Todo el mundo puede dar el pecho y la lactancia materna, bien ejecutada, no tiene que doler. A día de hoy, y según mi experiencia, puedo decir alto y claro: ¡Y una mierda!.

Con respecto a lo primero, lo de que todo el mundo puede dar el pecho, lo tengo que poner en duda. Yo no he tenido problema, he podido dar el pecho a Olivia sin demasiados contratiempos. Sin embargo, en los talleres de lactancia a los que he ido, había mujeres a las que seguramente les daría la risa con dicha afirmación. Mujeres cuyos bebés rechazan el pecho reiteradamente, bebés que no se enganchan por diferentes motivos, mamás cuyos cuerpos no “fabrican” la leche necesaria, y etcétera, etcétera, etcétera. No sé que fue de ellas, imagino que algunas acabarían por conseguirlo, otras seguramente no.

Vayamos con la segunda parte, la de “la lactancia materna no duele”. Ahí si que puedo hablar con conocimiento de causa. Señoras, dar el pecho duele. A unas más, a otras menos, pero doler, duele. ¿Cómo no va a doler?. La pura lógica dice que tiene que doler. Un bebé succionador con ansia de teta enganchado cada 3 horas a algo tan delicado como es un pezón. Cosquillas no va a hacer.

Mi lactancia a punto estuvo de terminar antes de empezar. Afortunadamente no fue así. Cuando me trajeron a Olivia de la incubadora empezamos con el proceso. Había que hacer que se enganchase. Por una parte para que ella comenzase a alimentarse o habría que darle biberón, por otra para estimular la subida de la leche.

No tardó mucho, en seguida conseguimos que empezase a comer. Le ayudamos un poquito abriéndole la boca y encaminándola hacia el lugar correcto. En pocos minutos estaba mamando. Lo que más le costaba al principio era mantenerse despierta. Se dormía todo el rato.

Aunque en las clases de preparación al parto nos había informado que la mejor manera era dar de un solo pecho en cada toma hasta que el bebé estuviese saciado, en el hospital nos dijeron que pusiésemos en práctica el famoso 15 minutos en un pecho y 15 en el otro. Optamos por esta segunda opción, pensamos que quizá no recordábamos correctamente lo que nos habían contado en las clases de preparto. De todas formas, yo no estaba del todo conforme con el 15-15, me parecía un poco “antinatural” con tanta norma y tanto horario.

Independientemente de esto, debo reconocer que la lactancia fue instaurándose fenomenal. Lactancia a demanda, que solía coincidir con más o menos cada 3 horas, a veces justas, a veces cortas. Al principio teníamos que despertarla. La pequeña marmota no abría el ojo ni para comer. Así que intentábamos espabilarla con cosquillitas en los pies, meneítos, cambios de posición, etc. Al final lo conseguíamos, pero nos costaba, nos costaba mucho. Una vez despierta y enganchada se quedaba dormida en plena toma cada dos por tres y había que andar “tocándola un poco las narices” para que siguiese mamando.

Poco a poco esto fue cambiado. Un par de días después de salir del hospital me subió la leche y Olivia ya era capaz de mantenerse despierta durante la toma. Además era ella la que pedía cuando le apretaba el hambre. No quiero dejar pasar el tema “subida de la leche”. En el hospital, el pediatra me preguntó si ya me había subido. Yo tuve que contestarle que no lo sabía, él no me dijo nada, aunque debió decirme que cuándo me subiese lo sabría. Y lo supe, ¡vaya si lo supe!. Notar como tu pecho se hincha hasta que tus tetas se convirtieren en dos piedras es algo más que significativo.

Con el paso de los días nuestra lactancia fue evolucionando y el dolor de mi pecho aumentando. Olivia era muy regular en las tomas y cuando pedía, comía con ganas. Cada enganche fue convirtiéndose en un suplicio. Se me tensaban hasta los dedos de los pies. Un dolor que empezaba en el pecho y se expandía por todo mi cuerpo. Los primeros minutos eran insoportables, cuando la zona “entraba en calor” el dolor se atenuaba y se tornaba soportable. Un dolor que tenía que soportar irremediablemente y como mucho, cada 3 horas. Las grietas habían hecho su aparición por todo lo alto.

Aprovechando que teníamos visita con el matrón para las revisión de las 2 semanas de Olivia, le comente mi problema. Me revisó, corrigió un poco mi postura y a seguir con la lactancia. Me aconsejó además que si seguía teniendo problemas me pasara por los talleres de lactancia que allí impartían. Le pregunté además por lo de los 15 minutos en cada pecho. Yo ya había dejado de hacerlo y había empezado a dar de un solo pecho hasta que Olivia decidía que no quería más. Había empezado a seguir mi instinto. El matrón me confirmó que ésta era la manera correcta. Me explicó que la leche del final de la toma, no es igual que la del principio. Que la del final es más potente, con más nutrientes y que si desenganchas a los 15 minutos, estas privando al bebé de todo ese aporte. ¡Un minipunto para mi instinto!

Pasaron un par de días y yo moría de dolor, así que leyendo foros y opiniones de otras mamís, me hice con un botecito de Purelán y unas pezoneras. El Purelán es una crema específica para el tratamiento de las grietas durante la lactancia que según comentaban era prácticamente milagrosa. Las pezoneras estaban hechas de silicona y las mujeres con mi mismo problema las utilizaban para que el roce no fuese directo, mitigar el dolor y ayudar así a curar la grieta.

Pasaron los días y entretanto fui a uno de los talleres de lactancia. Volvimos a revisar la postura porque aquello seguía doliendo con ganas. A parte de eso, poco más se podía hacer. De todas formas, en comparación con los casos que allí había lo mío parecía una chorrada. Mi lactancia dolía pero mi bebé por lo menos comía.

Con el paso de los días el dolor fue mejorando, las grietas curándose y dar el pecho dejó de ser una tortura. Los efectos del Purelán, en mi caso, no me parecieron tan milagrosos. Imagino que hizo su trabajo, pero lo que realmente considero que salvó mi lactancia fueron las pezoneras. Esos artilugios de silicona que ayudaron a mitigar el dolor y me impulsaron a aguantar un poquito más.

A día de hoy la lactancia está perfectamente instaurada. Ya no hay dolor permanente, aunque si alguna molestia puntual. Olivia sigue mamando a demanda y haciéndolo con ganas. Por el día cada 3 horas aproximadamente pide teta. Por la noche está empezando a alargar las tomas. Unos días aguanta más y otros menos. Nos ha llegado a sorprender con 6 horas y media dormida del tirón pero lo normal es que aguante 4 horas o 5 como mucho. Poco a poco y con buena letra. No se le puede pedir más.

¡Qué bonita es la lactancia y que sacrificada!

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