No sé a vosotras, pero desde que supe que estaba embarazada, ir a clases de preparación al parto, era algo que me apetecía. Hay quien duda de su utilidad y hay quien las considera imprescindibles. En mi caso, y desde la voz de la experiencia, ni lo uno, ni lo otro.

La información que se recibe en estas clases suele ser muy variada, cuestiono si 100% útil, pero desde luego, muy variada. Yo acudí a un centro privado para recibir mi formación. En ese mismo centro impartían también clases de postparto y crianza, y consultas de fisioterapia y tratamientos estéticos específicos para antes y después del parto. Todo muy completito.

Las clases de preparación al parto, en mi caso, fueron siete. Cuatro clases impartidas por fisioterapeuta y tres por una matrona. Las normas especificaban que a las tres primeras clases, de una hora de duración, debíamos ir solas. Las parejas se incorporarían en la cuarta clase. Sergio estaba indignado. “No entiendo porque no puedo ir a todas”, decía, y la verdad que yo tampoco lo terminaba de entender. Vale que las 3 primeras clases estaban relacionadas con el conocimiento de la anatomía femenina, en como cambia durante el embarazo, lo que ocurre durante el parto, etc. Temas no imprescindibles. Pero si mi pareja quiere ir ¿no puede?. Era sólo una norma, no algo impositivo, si aconsejable. Es decir, si Sergio se hubiese plantado allí en alguna de las tres primeras clases, no hubiese pasado nada, ¡faltaría más!, pero hubiese sido raro.

Pero volvamos al tema. Yo acudí a mis tres primeras clases en solitario con mi ropa cómoda y mi pancita, que por aquel entonces a mi me parecía enorme, pero lo cierto es que era más bien poca cosa.

El primer día flipé un poco. Aunque no hay una semana del embarazo concreta para empezar, se recomienda que las clases se comiencen sobre la semana 28. Yo lo hice un poco antes, sobre la semana 25. Por fechas del curso tuvo que ser así. El caso es que al llegar a la primera clase, me encontré con otras 5 o 6 mujeres preñadísimas. Me daba la sensación de que las 28 semanas las habían dejado atrás hacía tiempo. Y así era. Cuando empezamos a poner en común como iban nuestros embarazos, yo era la que “menos embarazada” estaba, allí había embarazadas de 30, 32 y 34 semanas largas. Algunas barrigas me parecía enormes para su edad gestacional y otras, realmente estaban embarazadísimas. Yo hacía mis cuentas y dudaba que alguna de ellas llegase a la última clase.

En esa primera formación aprendí algunos nombres extrañísimos de músculos y anatomía de la mujer en general. Bueno, aprender es mucho decir, más bien los escuche, interioricé y borré de mi mente. Tanto en esa clase como en la siguiente, esa fue la tónica habitual, mucha palabreja. Fui más consciente de los cambios que estaba experimentando mi cuerpo y de todo lo que iba a ir ocurriendo más adelante. De las dificultades de movimiento y equilibrio que experimentaría conforme la barriga creciese y mi peso aumentase. Aprendí algunos ejercicios para tonificar el suelo pélvico, para intentar evitar los dolores de espalda y algunos que me servirían para mitigar el dolor el día del parto. ¿Os digo dónde quedaron los ejercicios en cuestión el día que tuve que ponerlos en práctica? Sobran las palabras.

En la tercera clase aprendimos a respirar. Una hora entera de soplidos. Inspirar y expirar. Diafragma arriba y abajo. En el momento me parecía útil, el día de mi parto las respiraciones se quedaron en el mismo sitio que los ejercicio para mitigar los dolores. No dudo de la eficacia de una cosa u otra, seguramente habrá quien lo ponga en práctica y le ayude. En mi caso, sentía tanto dolor con cada contracción que lo único que podía hacer era adoptar la posición en la que menos me doliese, aguantar la respiración y esperar. Bastante tenía yo con lo mío como para acordarme del diafragma, el 1, 2 , 3, 4 y toda la retahíla de ejercicios.

Y por fin llegó la cuarta clase, la última con fisioterapeuta, la primera a la que Sergio podía acudir y todo nuestro gozo en un pozo. Seguramente fue la peor clase de todas. De las anteriores, mal que bien, en todas había aprendido algo interesante. Esta me pareció muy repetitiva. Una horaza de masajitos con pelota de pilates. Demasiado tiempo para que llegado el día “D” yo no quisiese ni que me soplasen, ¡cómo para andar masajeando!.

Sin duda, de toda esta formación, me quedo con las tres últimas clases, las impartidas por la matrona. Una chica majísima que no daba abasto a explicar todo lo que había que explicar. Ella fue la encargada de hablar sobre post parto, lactancia y crianza. ¡Casi nada!. ¿3 horas para toda esa información? Os podéis hacer a la idea… Mucha información interesante, muy bien explicada pero demasiados datos para tan poco tiempo. Los primeros días del bebé, limpieza, cuidados, ombligo, posturas de lactancia, tiempos, beneficios, el sueño, y etcétera, etcétera, etcétera.

Resumiendo. En las cuatro primeras clases hubo información interesante pero tuve la sensación de que había mucho relleno. Conocer la anatomía, ejercicios, respiraciones, está genial y me parece útil, pero tuve la sensación de dedicarle demasiado tiempo en detrimento de otros temas que considero más interesantes. Las tres últimas clases, nos encantaron pero nos faltó tiempo. Nos hubiese encantado poder absorber esa información de una manera más pausada.

No obstante, independientemente de que mis clases de preparación al parto me gustasen más o menos, recomiendo a toda embarazada que dedique unas horas de su embarazo a acudir a este tipo de formación. Siempre se saca algo útil, interesante y aplicable en un momento u otro.

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