Mi ginecóloga y la matrona cogieron la cama, una por delante y otra por detrás y me llevaron al paritorio. En alguno momento perdí de vista a Sergio pero si escuché que alguien le decía que se pusiese la ropa necesaria para entrar al paritorio (gorro, protecciones de los zapatos, etc.). Yo solo quería que apareciese. Tenía la sensación de que iba a parir en ese mismo segundo y que él no iba a estar.

En ese momento apareció el celador y procedieron a moverme de la cama en la que estaba al potro donde iba a dar a luz. Recuerdo que me decían que apoyase los codos para incorporarme un poco y que pudiesen moverme, pero yo solo me recuerdo diciendo “no puedo, no puedo”.

Sentía muchísimo dolor, mucho más del que nunca había imaginado. Estaba empezando a bloquearme y Sergio no aparecía. Consiguieron ponerme en el potro. El dolor estaba haciendo que perdiese el control de mi cuerpo y de la situación. La matrona entró en acción y me dijo que tenía que tranquilizarme, que tenía que retomar el control e hice click. Fui consciente de que el dolor me estaba ganado y reconduje la situación.

Sergio por fin había aparecido vestido de verde y me agarraba la mano, ya estábamos todos en posición. Con cada contracción yo empujaba, ya llevaba haciéndolo un rato porque me aliviaba un poco (muy poco, pero menos es nada) ya que el efecto de la epidural no había aparecido, ni parecía tener intención de hacerlo.

Solté la mano de Sergio, me agarre a las barras del potro y empuje con todas mis ganas cada vez que la gine me indicaba. Pocos empujones después, no sabría decir cuantos, mi cuerpo dejó de “cerrarse”, la cabeza estaba casi fuera. Un esfuerzo más y la cabeza de Telma salió.

“Ya está todo hecho” pensé yo. Con Olivia en cuanto salió la cabeza, salió el resto del cuerpo sin mayor dificultad. Con Telma no fue así, me equivoqué. Quedaba una parte muy, muy dolorosa de mi parto.

Telma era muy gordita y además venía con los brazos cruzados, así que no había manera de “sacarla”. Mi ginecóloga fue tirando, ahuecando, y yo me pensaba que me moría de dolor. Mi cuerpo tenía que estirarse aún más y yo no podía parar de gritar, sentía que está a punto de romperme.

Unos minutos después, a las 11:10 de la mañana, y una hora y veinte minutos después de haber entrado en la sala de dilatación, Telma llegaba a este mundo con 4,010 Kg y 52 cm. Me la pusieron encima, Sergio lloraba y cuando la ginecóloga se lo indicó, cortó el cordón, yo creo que todavía estaba en shock por lo que acababa de vivir. Una experiencia muy radical y terriblemente dolorosa que yo siempre había querido evitar. Yo, la de la epidural a tope si o si, había parido con dolor, con mucho dolor y aún así, no lo cambiaría por nada.

Una experiencia brutal que fue muchísimo más perfecta de lo que jamás hubiese imaginado.

Se llevaron a Telma para pesarla y hacerle las pruebas oportunas y me la devolvieron en dos minutos escasos. La puse al pecho y ya en el paritorio se enganchó. Me dijeron que hiciese piel con piel durante al menos un par de horas, y yo no me la quité de encima en cuatro.

Mientras tenía a Telma encima, mi gine comenzó a coserme el pequeño desgarro que había tenido. Para a penas tres puntos tuvo que ponerme anestesia local porque noté el primer pinchazo al 100%. Vamos, que la epidural ni apareció, ni se la esperaba. Yo movía mis piernas perfectamente y lo notaba todo, todo y todo.

Camino de la habitación pensaba en lo rápido que había sido todo, lo intenso de aquel parto, lo lejano que había sido de lo que yo pensaba que iba a ser. Tan doloroso y tan perfecto al mismo tiempo.

Y ahí, en esos pasillos, en el ascensor, también pensaba en Olivia, en su reacción, en sus sentimientos, en nuestra nueva familia de cuatro.

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