El día 10 de Abril a las 8 de la mañana teníamos que estar en el hospital para dar la bienvenida a Telma. Nos despertamos, vestimos y cogimos a Olivia medio dormida y en pijama para subirla al coche sin incordiarla demasiado. Las maletas las habíamos dejado cargadas el día anterior, así que en poco tiempo estábamos camino del hospital donde nos esperaban mis suegros que se quedarían con Olivia hasta la llegada de los otros abuelos a quienes esperábamos a lo largo de esa misma mañana, y entre los 4 (y los tíos) se encargarían de cuidar a Olivia.
Cuando llegamos, a pesar de ser un parto inducido, lo hicimos por urgencias, ya que no habíamos recibido la autorización de la aseguradora para la inducción. En caso de tenerla hubiésemos entrado por el mostrador principal, pero a nuestra gine se le olvidó darnos el volante con tiempo y nuestra aseguradora no es que sea la más rápida del mundo para este tipo de cosas.
En la puerta de urgencias nos esperaban mis suegros y una vez pasamos por el mostrador, comenzaron con el papeleo de ingreso. Después de pasar por triaje y esperar no demasiado tiempo, subimos a la habitación. Llegó el momento de despedirse de Olivia, últimas fotos antes de convertirse en hermana mayor, muchos besos y una pena horrorosa por separarnos de ella, por convertirla en una “niña mayor”. Hasta dentro de un ratito Olivia.
A partir de ahí, visita de la enfermera, responder a algunas preguntas (enfermedades, alergias y demás), camisón “sexy” y enema al canto. Al borde de la hora llegaron mis padres y mi hermano desde Burgos y pude despedirme también de ellos antes de “EL MOMENTO”.
Llegó el celador, me tumbé en la cama y nos fuimos directos a la sala de dilatación. Allí una matrona bastante agradable comenzó a contarnos la manera de proceder.
“Comenzaremos con la oxitocina, romperemos la bolsa e iremos viendo como avanzas, cuando tengas las primeras contracciones rítmicas te pondremos la epidural y esperaremos a que dilates del todo para pasar a paritorio”.
Como de costumbre nada salió según “lo previsto”. Cuando me hizo el primer tacto para ver el estado de mi cuello y dilatación y saber así “de donde partíamos”, puso una cara de flipar. Cambio de planes. “Voy a llamar ya al anestesista para que te ponga la epidural ya. Tienes 5 centímetros de dilatación”. ¡Ah!, pues muy bien, pensé yo.
Me puso la oxitocina para ir dilatando, yo le pedí la clave del wifi y ella se rió de mi en la cara. “No vas a necesitar el wifi, no te va a dar tiempo a nada”. No será para tanto, pensé yo. En el parto de Olivia había televisión en la sala de dilatación. Me tiré unas cuantas horas allí y me vi unos cuantos programas de “si, quiero ese vestido” y similares. Pensé que en esta ocasión (que no había tele), me daría tiempo a estar un ratito con el teléfono, hacer un directo en Instagram, o algo similar. Pues de eso nada, monada.
En nada comenzaron las contracciones. Sergio se fue a sacar las maletas del coche y subirás a la habitación porque aquello iba “volado”. Menos mal que no tardó nada, porque si no, se pierde el parto. Las contracciones se hacían cada vez más fuertes. Me rompieron la bolsa y en nada, me encontraba pidiendo la epidural como una loca. Ya estaba de 7 centímetros y aquello dolía muchísimo. Ya habían llamado a la anestesista hacía un rato y el tiempo que tardó en llegar se me hizo eterno.
Me senté en la cama, se me salieron todas las aguas que en la rotura de bolsa no habían salido. ¡Vaya cisco!. La anestesista me aviso de que me pondría poca anestesia porque estaba ya muy avanzada y quería que “notase” las contracciones. Baja la barbilla, relaja los hombros… misión casi imposible. Pinchazo al canto, 7 kilos de pegamento en spray en la espalda para sujetar toda la parafernalia derivada de la epidural, y lista. A esperar. Y esperar, y esperar…. Y aquello seguía doliendo como si me partiesen por la mitad. La matrona me dice que si empujar me alivia el dolor que empuje y oye, aunque nada milagroso, lo de empujar me sentaba bastante bien.
Cambio de sábanas para limpiar todo aquel cisco. Gira para un lado, ahora para el otro, sabanas limpias en su sitio y la epidural sin hacer efecto. Una cabecita se asoma por la puerta. Mi ginecóloga había llegado. Se pone “el traje de faena” y aparece al ratito. Me hace un tacto y confirma que ya casi estamos listas.
Unos minutos más tarde llaman al celador para que me lleve al paritorio, ya estamos a punto de caramelo. Pero el celador no aparece, no se si estaba tomándose un café o si se había perdido por el camino, pero ni rastro de él.
Y de repente escucho que mi ginecóloga le dice a la matrona, “coge tu de allí, vamos a llevarla nosotras que si no va a dar a luz aquí mismo“.
Había llegado a la sala de dilatación sobre las 09:50 y eran las 10:55, en poco más de una hora estaba más que lista para dar la bienvenida a Telma.