Los bebés nos sorprenden, nos sorprenden muchísimo día a día. En ocasiones nos enseñan más de lo que nosotros podemos enseñarles y aprenden a un ritmo imposible para un adulto. Con el destete nocturno, mi hija me ha enseñado a confiar y he descubierto una capacidad de adaptación al cambio que supera cualquier frontera que yo pudiese imaginar.
Hace unas semanas os hablaba de nuestra experiencia con el destete diurno y os transmitía mis miedos e inquietudes sobre la innegable catástrofe que se nos avecinaba.
Había leído mucho sobre el destete y en especial el destete nocturno que era el que más me preocupaba. Experiencias de mujeres que se habían dado por vencidas ante las noches infinitas de lágrimas de sus hijos y que habían pospuesto ese momento durante meses o años de manera involuntaria.
Había leído que mi hija iba a sufrir, que le iba a negar algo que ella necesitaba, su fuente de tranquilidad, y que iba a romper nuestro vínculo. Yo no quería nada de eso, el destete era algo que tenía en mente desde hacía tiempo y que quería llevar a cabo, pero no terminaba de concienciarme que ese sufrimiento formase parte del proceso si o si.
Como con el resto de temas relacionados con la maternidad me guié por mi instinto y no me puse fechas, simplemente surgió. No le expliqué que “la teta tenía que descansar”, ni aplique el famosos no ofrecer, no rechazar. No sé si fui muy radical o muy cautelosa, pero tengo claro que mi hija no sufrió, no hubo lágrimas, ni gritos, ni rabietas. Todo lo que había leído no me sirvió de nada. Miento. Leí que ofrecer líquidos facilitaba las cosas, y esa fue la base de nuestro destete nocturno: agua y mucho amor.
Una de tantas noches en las que Olivia se despertaba dos horas después de haberse dormido mientras “padre” y yo todavía veíamos un rato la tele, acudí a calmarla y volver a dormirla como de costumbre. En un micro segundo la cabeza me hizo click y probé. En lugar de tumbarme con ella y darle pecho como hacía habitualmente, la cogí en brazos y le puse el chupete. Se quedo dormida al instante. Era algo que hacía a veces cuando se despertaba en mitad de la noche pero no siempre funcionaba.
En esta ocasión si lo hizo y decidí que esa misma noche probaría a sustituir la teta por el agua. Se despertó 3 o 4 veces, más o menos lo que venía siendo habitual y cada una de las veces le ofrecí agua, bebió, le puse el chupete, la abracé y se quedó dormida. Hicimos lo mismo durante las siguientes tres noches, y nos funcionó genial. Como os decía antes, ni una sola lágrima.
La cuarta noche en cambio, fue diferente. Lloró un poco y aunque yo me resistía a darle la teta porque me daba la sensación de “estar retrocediendo”, tarde 0,2 en ofrecérsela. Ella la rechazó, no quería teta, ni chupete, ni agua, no quería nada. Lloró un rato y al final se quedó dormida. Yo pensé que era frustración y rabia por “lo que le estaba haciendo”, sin embargo, al día siguiente apareció la fiebre y a los pocos días unas marchitas rojas por toda su piel. Un virus se había cruzado en nuestro camino hacia el destete nocturno y nos estaba fastidiando un poco ese proceso que tan fácil nos estaba resultando. Afortunadamente solo lloró aquella noche (y no fue por el destete sino porque seguramente no se encontraba bien). Continuamos unos cuantos días de esa manera, ofreciendo agua y durmiendo abrazadas. Todo un éxito.
Fue fácil, muy, muy fácil. Desconozco el motivo, quizá simplemente fuese “el momento”. Seguramente habrá quién hable o piense que estoy disfrazando el proceso, que no estoy siendo realista, que estoy idealizando la maternidad. Habrá quien quiera escuchar que ha sido horrible y que casi me vuelvo loca. Ahora que lo de la “maternidad real” está de moda parece que todo tiene que ser horrible y estar envuelto en sufrimiento. Y si, a veces es así, a veces la maternidad es muy dura, pero este no ha sido el caso.
Una vez eliminadas todas las tomas de la noche de manera infinitamente más fácil de lo que jamás hubiese imaginado, ya solo nos quedaba hacer desaparecer la única toma que seguíamos realizando. Mantuvimos esa toma, la de antes de irse a dormir por hacer el cambio un poco menos radical, tanto para ella como para mi (no quería pasar por mastitis u obstrucciones otra vez).
Esa última toma que todavía sobrevivía, hacía que Olivia se tranquilizase mucho antes de quedarse dormida y no tenía ni idea de cómo iba a conseguir que eso pasase sin el “factor teta”. Todos los días la rutina de sueño era la misma, baño, cena y a dormir. En cuanto pasábamos la puerta de la habitación para meternos en la cama, Olivia lanzaba el chupete y hacía ruidos ansiosos de “¡quiero teta ya!”. ¿Cómo iba a luchar contra eso? ¿Cómo iba a conseguir desviar su atención en una habitación a oscuras sin ninguna distracción?.
Tuve que apostar por una opción muy en contra de mis principios, pero que como método de transición no me pareció del todo mal: dibujos animados cantarines. De esta manera, me tumbaba en la cama con ella, muy abrazaditas y veíamos un par de canciones hasta que yo sentía que se había relajado un poquito. En el momento en el que quitaba los dibujos, ella lanzaba el chupete y pedía teta. Yo le ofrecía agua, ella se bebía prácticamente todo el vaso y a continuación yo le ponía el chupete y la abrazaba. Funcionó. Con el paso de los días cada vez mejor. Fin de nuestra lactancia.
Disfrutamos de algo más de 13 meses de lactancia y de un destete maravillosamente sencillo. Seguimos con nuestras canciones en forma de dibujos animados cada noche, y aunque es algo que me hace sentir un poco #malamadre, funciona y de momento me vale. El siguiente paso será sustituirlos por cuentos, pero paso a paso, poco a poco todo rueda mejor.
Sé que con el tiempo echaré de menos esos momentos de lactancia, pero a día de hoy no lo echo en falta, me siento mejor, más “libre” y nuestro vínculo no solo no se ha roto, sino que se ha fortalecido. Ha dejado de buscar teta para buscar abrazos y mimos, y eso ¡me encanta!.