El colecho es uno de esos temas un poco controveridos, con sus defensores y sus detractores como con casi todo en el mundillo de la maternidad.
Por un lado están aquellos que defienden a capa y espada esta práctica poniendo encima de la mesa los numerosos beneficios relacionados con el colecho. Dicen que mejora la calidad del sueño tanto del bebé como de los padres y que los bebes que colechan lloran menos, duermen más tranquilos. También, que favorece la lactancia y favorece el vínculo paterno-filial, gracias a ese contacto físico que además desemboca en un mayor contacto emocional.
Por otra parte los detractores también tienen sus motivos para considerar el colecho una práctica que tiene más desventajas que beneficios. Defienden su posición argumentando un mayor riesgo de asfixia, la intromisión del bebé en la vida de pareja y en cómo puede interferir negativamente o que afecta al desarrollo de la independencia emocional del bebé.
Una vez planteadas las dos posturas toca el momento de posicionarse, y yo en mi corta experiencia me declaro a favor del colecho. No es que sea una defensora a ultranza, porque como en todo, yo lo que defiendo es la libertad de que cada cual haga lo que quiera y lo que mejor se adapte a sus circunstancias y necesidades. Por eso, en base a mis circunstancias y mis necesidades, considero que el colecho es mi mejor opción.
Ahora bien, ¿mi posicionamiento es por convicción o por supervivencia?. Yo diría que es un mix. Sin duda habrá quien practique el colecho por puro convencimiento, que tenga bebés que duerman como troncos y que no pidan teta en toda la noche y que aun así practiquen el colecho para fortalecer el vínculo emocional, para potenciar una crianza con apego, para establecer esa relación paterno-filial de una manera ultra fortificada. Sin duda, este no es nuestro caso. Hay un gran factor supervivencia en nuestro colecho.
Cuando nos planteamos el tema “cuna para Olivia” pensamos en que era lo que mejor se adaptaba a nuestras necesidades y a nuestro concepto de crianza, y por eso decidimos que queríamos una cuna colecho. Considerábamos que así fomentábamos esa crianza con apego y que además nos facilitaba las cosas a la hora de hacer las tomas nocturnas, cambios de pañal y así optimizar nuestro sueño.
En base a esto, queda claro que desde un primer momento pensamos que el colecho era nuestra opción pero no de la manera tradicional, sino mediante una cuna adjunta a nuestra cama que nos permitía colechar con “menos riesgos”. Esa era nuestra intención inicial pero poco a poco fue transformándose, había días en los que Olivia dormía en su cuna sin problemas, pero también había noches que no quería ni olerla y dormía del tirón en nuestra cama. La época en la que nuestro bebé dormía 7 horas seguidas lo hacía en su cuna y no decía ni “mu”, después de la toma terminaba la noche en nuestra cama porque la cuna le costaba un poco más.
Y así, poco a poco hemos ido desarrollando nuestro colecho de supervivencia. Ahora que Olivia duerme fatal y se despierta cada 2×3 no sé qué haría si no colechase, creo que me volvería loca. Hay día que se despierta 3 veces, otros días pierdo la cuenta de las veces que necesita que le vuelva a poner el chupete o que le dé palmaditas en el culete para volver a dormirse. Si en cada despertar tuviese que levantarme de la cama, ir a su cuna, tranquilizarla, cogerla, ayudarla a conciliar el sueño, y volver a dejarla en su cuna rezando para que no se despertase, yo no dormiría nada en toda la noche.
Llámalo colecho, llámalo supervivencia, llámalo quiero dormir para no estar de mala leche todo el día. Llámalo como quieras, yo lo llamo ser resolutiva. “Se va a acostumbrar” me dicen. Odio eso de “acostumbrarse”. ¿Qué tiene de malo que mi bebé me quiera tener cerca? ¿Qué pasa si quiere que la abrace en la oscuridad de la noche? ¿Cuál es el problema de que Olivia me necesite? Para cuando quiera darme cuenta no me querrá ver ni en pintura, así que mientras voy a aprovecharme. Voy a exprimir cada segundo con ella sea de día o de noche y si además así las dos dormimos más y mejor, ¡Qué viva el colecho!.
¿Y vosotras colcháis o habéis elegido otra opción?