Está claro que lo mío son los embarazos con sustos. Los preñamientos de felicidad y tranquilidad permanente no van conmigo. Siempre tiene que haber algo que rompa mi débil armonía.
En la analítica del primer trimestre, todo salió fenomenal. Todo a excepción de los valores relacionados con el Citomegalovirus. Puede que algunas ni siquiera hayáis oído hablar de él, estoy casi segura de que en la seguridad social siguen sin incluirlo en las analíticas trimestrales, aún teniendo una incidencia de 1 de cada 150 niños nacidos.
Para que os hagáis una idea, la incidencia de la toxoplasmosis es de 0,02 de cada 1000 nacidos. Si no hay ginecólogo que se olvide de mencionar el tema de los embutidos, el lavado de la fruta y la verdura, y la cocción de la carne, ¿por qué el citomegalovirus ni siquiera se menciona? Se escapa a mi entendimiento.
Hace tiempo dediqué otro post a este virus que me tuvo realmente emparanoiada durante el embarazo de Olivia y hoy vengo a hablaros sobre ese “falso positivo” que he vivido en este embarazo.
Antes de nada, para aquellas que no habíais oído hablar del citomegalovirus, podéis encontrar mucha más información en la web de “Familias CMV”, que hacen una labor maravillosa de concienciación a cerca del tema. Por mi parte y a modo resumen, os diré que se trata de un virus totalmente inocuo cuando no se está embarazada y que puede confundirse con un simple resfriado o gripe, pero que puede ser muy peligroso cuando se está embarazada, sobre todo por los daños que puede causar en el feto.
¿Qué es el citomegalovirus?
Es uno de esos virus que es capaz de atravesar la placenta y dejar secuelas en nuestros bebés, que pueden ir desde pequeños retrasos motores leves, sordera, retrasos mentales, parálisis cerebral o incluso la muerte.
No siempre atraviesa la placenta, y no siempre que lo hace deja secuelas, pero la probabilidad ahí está y creo que como madres, deberíamos, al menos, estar informadas. Se trasmite a través de fluidos y es muy común en niños menores de 3 años, por lo que las escuelas infantiles son caldo de cultivo de este virus. Puede llegarnos por muchas vías, pero es muy común que el “hermano mayor” se lo trasmita a la madre mediante, por ejemplo, la saliva, y que esa madre embarazada, se lo transmita al feto.
Con unas medidas de higiene básicas, podemos evitarlo. Intentar no dar besos en la boca a nuestros peques, no compartir cubiertos, lavarnos bien las manos con cada cambio de pañal, etc.
Mi falso positivo en Citomegalovirus
Una vez explicado, a grandes rasgos, qué es el Citomegalovirus, imaginaos mi cara cuando en la analítica del primer trimestre tanto el IGM como el IGG salieron positivos. Mis IGG ya eran positivos de antes, porque yo ya pasé en algún momento el citomegalovirus y tenía anticuerpos, pero el IGM positivo respondía a una infección actual o reactivación del virus, y ahí fue cuando me acojoné mucho, muchísimo.
Era un valor bajo, la analítica decía “positivo débil”, pero en mi cabeza era, al fin y al cabo, un positivo. Desde mi punto de vista era como un test de embarazo positivo, que puede salir más clarito o más oscuro, pero un positivo es positivo independientemente de lo que pueda pasar después.
Cierto es que al tener anticuerpos, la posibilidad de transmisión al feto y de posibles secuelas es mucho menor que en el caso de una primo infección, pero no significa que exista una inmunidad total, el riesgo sigue presente.
La solución era repetir la analítica y ver qué resultados daba. La ginecóloga me intentó tranquilizar comentando que por el valor tan bajo de positivo, en ocasiones los resultados podían verse alterados por otros factores. Así que aunque no del todo, algo me relajé, aunque poco, muy poco.
Unos días después tenía mis resultados y un negativo en IGM por Citomegalovirus. Respiré, respiré muy aliviada, lo que hubiese supuesto un positivo real no me lo quiero ni imaginar. Las pruebas, los nervios, las probabilidades… mejor dejarlo atrás.