Como sabéis soy una defensora de los productos naturales para bebés. Siempre he apostado por productos libres de azúcares, que no contuviesen aceite de palma y que fuesen lo más saludables posible.

Además, siempre hemos procurado hacer la comida de Olivia en casa y si hemos tenido que tirar de “potitos comprados” hemos optado por aquellos que eran más naturales y que contenían menos añadidos.

Como sabéis, hicimos lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses y a partir de ahí comenzamos con la alimentación complementaria e introdujimos los cereales, frutas, verduras, carnes y pescados. Todo de una manera muy natural, con productos frescos y dejando de lado los productos procesados. Cada alimento lo hemos elegido de una manera muy consciente para ofrecer a Olivia el mejor aporte nutricional posible.

En su alimentación no había azúcares, ni gusanitos, ni galletitas para bebés. Nada de chocolate o bollería industrial. Ella no pedía, no le llamaba la atención. En nuestra casa no son alimentos que abunden mucho, así que tampoco los veía en su entorno habitual y para ella eran productos que pasaban totalmente desapercibidos.

¿Y por qué hablo en pasado? Porque hay alguno de esos hábitos que hemos ido cambiado. Lógicamente Olivia va creciendo, es muy buena comedora y todo le llama la atención, así que desde los 14 meses aproximadamente, ha ido probando otros alimentos que quizá no son tan saludables a nivel nutricional pero si lo son a nivel social. Sigo pensando que no tiene demasiado sentido que un bebé de 7 meses coma gusanitos o se atiborre a azúcar, no es necesario, pero si creo que una evolución alimenticia lógica y consciente.

Y es qué si estamos en una reunión familiar donde hay gusanitos, palomitas o tarta, ¿tengo que decirle a mi hija que no puede comerlo?, ¿todo el mundo come de eso menos ella?. Creo que no sería justo, no sería natural. Es bonito verla descubrir sabores y que se emocione al probar cosas nuevas. Ese nuevo sabor puede ser el de un gazpacho casero, un pescado en salsa o un pastel de chocolate. Lo importante es no  perder el norte.

¿Y dónde está el norte? No soy yo quien para juzgar lo que hace cada cual. Yo ubico mi norte diferenciando entre la cotidianidad y lo especial. En el día a día seguimos con una alimentación bastante saludable. Come más o menos lo mismo que nosotros: arroz, pasta, legumbre, carne, pescado, lo que toque. Y si hay que comer alguna “cochinadilla” puntual, se come.

Cuando llega el fin de semana nosotros hacemos nuestros excesos y ella también. Puede que el sábado todos cenemos pizza o comamos unos gusanitos mientras vemos alguna peli. Puede que ella meriende su tan ansiada “leche rosa” (batido de fresa) y nosotros lo que se nos antoje.

Desde mi punto de vista y a día de hoy (ya sabéis que estas opiniones van cambiando con el tiempo) se trata de que la salud nutricional no afecte a nuestra salud mental. De aprender y enseñar a disfrutar de lo saluble, pero también saber que hay un momento para el azúcar, el chocolate y las guarrerías en general. Normalización, control y sentido común es la clave.

Porque negar permanentemente algo que nos rodea, que es cotidiano, es agotador e innecesario para nosotros, y seguramente a ella no le estemos transmitiendo valores totalmente razonables o racionales. No metamos a nuestros hijos en una jaula de cristal que les aísle de lo que les rodea. No busquemos la perfección, busquemos la coherencia, tan importante es la salud nutricional como la salud mental.

Y vosotras ¿habéis ido cambiando vuestra manera de pensar en cuando a la alimentación de vuestros bebés?¿cuáles son las “guarrerías” preferidas de vuestros hijos?

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