Hay una multitud de conceptos que cambian en nuestra mente cuando nos convertimos en madres. Lo que dijiste que no ibas a hacer, lo acabas haciendo y tu percepción sobre las cosas no es la misma.
Ocurre con la alimentación, la manera de dormir o con la forma de educar. Una de las percepciones que más ha cambiado en mi caso, es el “mundo parque”. Para mi el parque estaba ahí, lo veía desde la lejanía, con niños chillones corriendo de un lado para otro y padres que se juntaban en grupitos para hablar de mocos, cacas y demás cosas de niños. Pensé que con Olivia iría al parque lo justo y necesario. El suelo de arena me parecía una guarrada y que Olivia se rebozase en él, algo totalmente innecesario.
Como os decía, ese era mi concepto hasta hace unos meses. A día de hoy el parque es nuestro fiel amigo, allí pasamos las tardes entre aquellos niños que ahora no me parecen tan chillones. Jugamos con la arena y da igual lo “guarrete” que me siga pareciendo, porque es una manera estupenda de mantener entretenida a Olivia. No soy la más sociable del mundo, pero si hablo con algunas madres. Al fin y al cabo eso ratos en el parque son parte de la educación de Olivia, una manera de enseñarle a comunicarse, a compartir, a socializar, y yo tengo que ser su ejemplo.
Olivia, en este sentido, creo que me está enseñado más a mi que al contrario. Ella es súper sociable, simpática, y comunicativa. Todavía estamos buscando el gen que ha hecho que su carácter sea así, pero así es, y tendremos que adaptarnos a ella.
Total, que ahora que le hemos cogido el gustillo al parque, que he descubierto que lo de rebozarse en la arena no está tan mal, ahora que le he comprado a Olivia un cubo y una pala para que no sea ella siempre la gorrona del parque, que hasta he empezado a hablar con otras madres sin sentirme una cosa rara, ahora van y cambian la hora y nos quitan una hora de maravillosa luz y entretenimiento y nos condenan al caos de nuestro hogar. No se que va a ser de mi a partir de ahora, porque contra el frío se puede luchar: jersey, abrigo, gorro y guantes aún a riesgo de que la criatura no pueda ni moverse. Con la lluvia te resignas, te aguantas y te toca quedarte en casa, pero, ¿qué se hace con la condena a la oscuridad de los próximos meses? Una solución quiero. Seguro que el que decide que se cambia la hora, no tiene hijos.
Estas últimas semanas de parque he aprendido mucho, cosas que desconocía, unas que imaginaba y otras que ni se me habían pasado por la cabeza. Para que no os pase como a mi, y que algunas cosas os dejen ojipláticas, quiero compartir mi sabiduría adquirida. Las cosas en mi parque funcionan de la siguiente manera:
- La primera vez la gente te observa, te observa mucho. Casi siempre va la misma gente y el primer día te sientes como “la nueva del cole”. Esa a la que todo el mundo mira intentando ver de que rollo va. Pero no te preocupes, la cosas en el parque van muy rápido, es como la casa de gran hermano, que todo se magnifica, y al rato, seguro que tienes a alguien hablándole a tu hij@ con vocecita suave y diciéndole lo guapa que está o lo simpática que es. Tu pasas a un segundo plano desde el minuto uno, los adultos se dirigirán primero a tu bebé y los niños también. Con un poco de suerte, acabarán dirigiéndose a ti para preguntarte el nombre o la edad de la criatura, pero habrá veces que la comunicación será adulto-bebé y poco más.
- Es casi seguro que tu hijo no jugará con sus juguetes. Los niños son así, pueden llevar 200 trastos, que acabarán jugando con cualquier cosa menos con sus juguetes. Los dos primeros días que fuimos al parque íbamos con las manos vacías y a mi me daba un poco de reparo, por aquello que os decía de “ir de gorronas”. Olivia jugaba con todos los juguetes que había allí tirados y nadie se quejaba, al contrario, siempre había alguna voz que a mi “no cojas eso que no es tuyo”, decía: “déjala, que juegue con ello”. Aunque el “compartir es vivir” sea parte de la ley del parque, yo no me sentía cómoda sin llevar ningún jueguete, así que al tercer día, me acerqué al chino de la esquina de mi casa a por un cubo y una pala. No era gran cosa, ni demasiado Montessori, pero para que otros niños jugasen con ello, era más que suficiente.
- Todos los juguetes llevan escrito el nombre del niño-dueño. El primer día que fui al parque aluciné un poco con eso. Me pareció rarísimo tanto afán de posesión. Lo que yo no sabía todavía era lo mencionado en el punto anterior, ese “todo es de todos”. A día de hoy, esto tiene todo el sentido del mundo. No es una cuestión de egoísmo, es más que nada un tema práctico, para que nadie se lleve tus juguetes queriendo o sin querer y que a ti no te pase lo mismo. Así que cuando fui al chino a por el cubo y la pala de Olivia (cuyo set también traía un rastrillo y un par de moldes), compré también un rotulador permanente para poder escribir su nombre en cada uno de los artículos de playa. Lo que observé ese mismo día, es que no soy la única a la que lo de ir con las manos vacías le da cierto reparo. Ese día en la arena había otros 3 cubos igualitos que el de Olivia pero en diferentes colores. Digo yo, obra el mismo chino o del que hay en la perpendicular. Y es que al final, y aunque ellas no lo sepan, todas somos mamás del montón.
- Comprensión, paciencia y muchas sonrisas. Es muy importante ir al parque sabiendo que vas a tener que jugar con niños ajenos, a reírte de las gracietas de otros bebés, a compartir como no lo has hecho en tu vida y a tener mucha, mucha, mucha paciencia. Es posible que tu hijo se quede sin juguetes porque otros niños los han cogido y te lo encuentres entretenido con una hoja seca, o que “un niño mayor” pase corriendo cerca y ponga a tu hijo de arena hasta las orejas. Recuerda que el enfado o el grito ajeno no tiene cabida en el parque. A veces se respira una especia de calma tensa disfrazada de sonrisa y amabilidad que es un poco extraña pero totalmente normal. Si otro niño le mete con la pala en la cabeza a tu bebé, tu con un tono de voz melodioso y de manera muy calmada tienes que decirle “no, eso no se hace”, cuando lo que realmente deseas es pegarle un berrido o un palazo en la cabeza a la madre, que será muy probable que este cotorreando con otra madre y ni se haya enterado del altercado. Así que lo dicho, paciencia y sonrisas, como si todo fuese muy normal. Yo, sinceramente, no se cuanto tiempo aguantaré en ese plan. El otro día un niño estuvo a punto de tirar al suelo a Olivia y le lance una mirada que casi lo fulmino, pero me acorde de “la ley del parque” y a continuación saque una de mis sonrisas más falsas para alejar a la madre histérica y protectora que llevo dentro.
Estas son solo cuatro de las tantas cosas de las que podría hablar. Esa mini sociedad que se genera en los parques es muy curiosa y creo que quizá deberíamos aplicar un poquito a la vida del día a día, porque aunque puede resultar todo un poco “raruno”, también es verdad que a veces una sonrisa un poco forzada, aún a riesgo de sentirnos un poco falsos, nos ayudaría mucho más que la cara de perro que se nos pone según en que momentos. Un poco más de compartir, de comunicarnos, de hablar porque sí. ¿No sería interesante aplicarlo más haya de la valla del parque?